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De las huellas al pueblo: la ruta del piñón

En un tiempo donde las huellas marcaban el camino, la semilla del pehuén comenzó su viaje desde los bosques de la cordillera hasta los pueblos cercanos. Este recorrido conecta a las comunidades con la naturaleza y el comercio ancestral.

En las tierras de la comunidad Aigo y Hiengueihual, el pehuén no es solo un árbol: es un símbolo de vida, tradición y sustento. Desde tiempos en que las huellas marcaban los caminos, sus semillas, los piñones, han sido el corazón de un intercambio ancestral que conecta a las personas con la naturaleza y entre sí.

En diálogo con +P, Margarita Ávila, técnica forestal de la Subsecretaría de Producción de la provincia, nos guía a través de la historia de un proyecto que busca preservar esta riqueza cultural y ecológica, mientras las comunidades y las instituciones trabajan juntas para proteger al pehuén y honrar su legado, que hoy se celebra en una fiesta de alcance nacional.

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“La comunidad Aigo y Hiengueihual lleva adelante un proyecto que buscó establecer mecanismos para acompañar a las personas que utilizaban las semillas de piñón para intercambiarlas por víveres (harina, yerba, aceite y otros)”, cuenta Margarita Ávila, técnica forestal de la Subsecretaría de Producción de la provincia.

“Esta actividad se remonta a una época en la que solo había huellas que facilitaban el intercambio con los pueblos más cercanos. Desde Aluminé no solo se intercambiaban piñones, sino también cuero y lana, que se dejaban en los Ramos Generales, almacenes y barracas de la localidad. Además, se vendían como frutos del país a distintas regiones”, agrega.

Legislando por el Pehuén

“Más tarde, con la llegada de más rutas, el acceso a la comunicación y el crecimiento de la población, comenzaron a aparecer compradores de diferentes lugares. A su vez, se hizo necesario legislar sobre el uso que se le daba al piñón, intentando regular y proteger al pehuén para contribuir a su conservación. Esto llevó a que las comunidades se organizaran y convocaran a instituciones como el Parque Nacional Lanín y el área de Bosques de la provincia, iniciando acuerdos en conjunto”, señala.

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Esos acuerdos se centraron en establecer un orden en el intercambio de la semilla, definir cosechas en lugares permitidos y dar claridad sobre los productos a intercambiar. “Los que venían a intercambiar debían traer alimentos en envoltorios sanos, sin estar vencidos, y se fijaban valores por bulto para que los adultos mayores pudieran saber por qué producto cambiar, incluso si no sabían leer”, explica Margarita.

La fiesta del pehuén: 35 años de gratitud

“Esta forma de utilizar la semilla ancestral fue generando una tradición de bajar al pueblo a intercambiar, lo que dio origen a una fiesta departamental en homenaje al pehuén. Con el tiempo, esa fiesta pasó de ser departamental a provincial y luego nacional, y ya lleva 35 ediciones desde sus inicios, 15 de ellas como Fiesta Nacional. Es un símbolo de agradecimiento a lo que este árbol aporta, no solo como semilla-alimento, sino también por su sabiduría”, relata.

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Margarita asegura que “según el lugar donde crezca el pehuén, se puede saber que hay buena pastura, agua sana, alimento y salud para la familia. Allí crecen las lahuen-lawen (plantas medicinales) que, dependiendo de si están cerca de arroyos, a media loma o en la cumbre, al sol o a la sombra, tienen una función específica para cada dolencia o malestar, con instrucciones sobre cómo obtenerlas y usarlas, siempre agradeciendo primero”.

Charlas al final del día

“Al caminar por el bosque recolectando en silencio, se aprecia todo eso que trae esta época especial, cuando la tierra descansa con el otoño, el frío y la lluvia. De vez en cuando, el calor y las heladas ayudan a madurar las cabezas donde está el piñón. Al caer desde esas ramas tan largas, se siente como una lluvia de esperanza que queda clavada en la tierra. En primavera, esa semilla germinará y se convertirá en árbol”, describe con inspiración.

Enumera que “alrededor, aves, insectos y vacunos recorren el lugar, y todo lo que queda en el suelo se regenera, convirtiéndose en alimento para la tierra, descompuesto por bacterias y virus, con la ayuda de insectos que también están presentes, asegurando que este ciclo se repita. Por eso es una ley natural”.

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Casi como un ritual, afirma que “cuando termina la cosecha, se guarda en un morral, una bolsa o un lienzo, y si hay tiempo para descansar, la charla se desata entre adultos y mayores. Se repasa lo que pasó en el año, recordando lo bueno y lo malo, lo que ayuda a reflexionar sobre lo que debería cambiar. Así, se aplica esta ley natural para ver qué debe transformar el ser humano también, para que en este nuevo ciclo lo que era semilla germine, lo que era un sueño florezca y lo que ya no se quiere más muera y desaparezca”.

Margarita se anima a traer una canción. “Un Valsecito “Destino Piñonero”, de autoría de Ezequiel Luengo “Chelo Luengo” como se lo conoce, nacido en Pulmarí”, aclara. Cuenta que “refleja en versos claramente este suceso natural, resumiendo historia, tradición y lo que ocurre en la naturaleza al momento de comenzar una estación”. Casi, casi que lo canta ella misma:

“El otoño se aproxima, el paisaje me quiere anunciar
Qué febrero se termina y el piñón comienza a madurar
Voy preparando las chalmas, las cutamas y chihuas atar
Porque recorriendo el bosque con piñones las voy a llenar
Valsecito piñonero por paisano te quiero bailar
Sos de la tierra que quiero, corazón del pehuenal
Y mi tierra está de fiesta porque el altivo Neuquén
Tiene aquí en la cordillera, la capital del Pehuén
Y ahora voy bajando al pueblo, a vender mi cosecha otoñal
Por harina, yerba o papa, al pulpero le voy a cambiar
Y así es mi vida paisano, el pehuén lo puede atestiguar
Mi destino es piñonero, y mi rancho un templo de humildad
Valsecito piñonero por paisano te quiero bailar
Sos de la tierra que quiero, corazón del pehuenal
Y mi tierra está de fiesta porque el altivo Neuquén
Tiene aquí en la cordillera, la capital del Pehuén".

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